Septiembre.

Como es típico a estas alturas del momento presente me he puesto a reflexionar.
Ha vuelto a llegar como todos los años Septiembre, y con él de nuevo la monotonía, las rutinas que me asquean y que deseo romper. Y también ese sentimiento, mitad nostalgia mitad tristeza, un poco de miedo, puede ser, también.
No me gusta tener que levantarme antes de las siete para poder llegar a una asignatura que ni me gusta ni me interesa. No me gusta tener que dar la razón a alguien por la simple razón de que ha de tenerla porque se supone que sabe más que yo. No me gusta perder el tiempo estudiando materias que no me aportan nada pudiendo estar perdida entre las más intensas obras, absorta en las más interesantes ciencias degustando el arte de saber. ¡¡No me gusta septiembre!!
No me gusta septiembre. Algunos podrán decir: “ oh, septiembre, que bonito, llega el frío, la lluvia, me encanta septiembre.”... y porquerías así. Pero a mi no me gusta septiembre. La verdad es que haciendo un poco de memoria, no conozco a nadie que le guste septiembre, pero bueno, seguro que alguien hay, por todos lados hay pringados que no son conscientes del daño que hace este temido mes.
A mi me gusta el frío, la lluvia, pero me gusta disfrutarlo en al calle, no dentro de un aula perdiéndome su belleza. También he de decir que me gusta el frío a partir de las diez de la mañana.
Pero en realidad tengo una razón más contundente para afirmar el porque no me gusta septiembre. No me gusta septiembre porque me hace sentir mal. Si, si, me hace sentir mal. Me hace sentir que me queda grande el mundo que se aproxima y pequeño el mundo al que aún me siento atada. Esa sensación me agobia muchísimo. Me he parado a pensar. Tengo 17 años (vaya, 17 como pasan....), estoy en segundo de bachillerato ( que echando cuentas vienen siendo aproximadamente unos doce años de clases, que son 120 meses, cuanto tiempo...), el año que viene tengo la pau (la pau.. ¿la pau? ala la pau, si ni siquiera estoy preparada....), con suerte en un año estaré en al universidad... de nuevo en septiembre.
Pero haré hincapié en el último dato: la universidad. Si yo soy una niña. No estoy preparada para ir a la universidad, que viene siendo algo sí como definir por completo mi futuro, decidir que voy a ser y hacer el resto de mi vida con muy pocas alternativas de cambio después. Seré libre de entrar y salir. De hacer y deshacer más o menos a mi antojo. Y aún sigo siendo una niña, que me emociono con las canciones bonitas y lloro al final de los libros, que me gusta saltar en los charcos cuando llueve y llegar con los pantalones empapados hasta la rodilla, que me dan miedo las pelis de miedo, que disfruto y soy feliz con un helado de fresa. Me gusta asustar a las palomas, cantar en voz alta, reírme a carcajadas olvidando protocolos y llorar sin taparme la cara. Y lo mejor y de lo que más me enorgullezco es de eso. De todo eso y por todo eso soy feliz y soy yo.
Y septiembre me hace recordarlo y me asusta. Septiembre me asusta porque me obliga a dejar de ser esa niña que me hace tan feliz, para convertirme en un algo, ni niña ni mujer que no sabe a donde ir.